jueves, 7 de febrero de 2008

El amigo de mi hijo



Era la reunión del domingo por la noche en una iglesia cristiana evangélica. Después que cantaron, el pastor se dirigió a la congregación y presentó al orador invitado. Se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años. Mientr
as todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:
«Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres.»

Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró fijamente a dos adolescentes que, por primera vez desde que comenzó la reunión, estaban mostrando interés. Y siguió narrando:
«El padre logró a
garrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era seguidor de Cristo, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de su decisión era mucho mayor que los embates de las olas.

»Miró en dirección a su hijo y le gritó: “¡Te quiero, hijo mío!”, y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó halar al amigo hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo.»
Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado.
«El padre —continuó el anciano— sabía que su hijo pasaría a la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!»

Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio.
Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se acercaron al anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente:
—Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo.
—Tienes toda la razón —le contestó el anciano mientras miraba su Biblia, gastada por el uso.
Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo:
—Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese hijo era yo. Enviado por Carlos Rey

Dios mío, siempre alabaré tu gran amor, que nunca cambia; siempre hablaré de tu fidelidad, ¡tan firme como el cielo!Sal 89:1-3.

Mi amor por él nunca cambiará, ni faltaré a la promesa que le hice.
Sal 89:28

Sácianos de tu amor por la mañana,y toda nuestra vida cantaremos de alegría. Sal 90:14

Tomado del sitio web: renuevodeplenitud.net

Lo que Dios me da hoy.



Mi nombre es Ana; cuando tenía 36 años, era una mujer soltera, viendo cómo pasaba el tiempo día tras día, pero co
n esperanza en Dios, que todo lo puede.

El trabajo, servir en la iglesia, las expectativas ante la vida, en realidad, un camino a seguir de decisiones y esperanzas, con la mirad
a puesta en Dios.

Recuerdo que el día 8 de Abril de 1.997, sólo tenía para almorzar dos tortillas de maíz y un tomate, y lloraba viendo mi precariedad y cuántas cosas necesitaba alcanzar.
En oración, le decía a Dios: estoy muy necesitada de Tu bendición, concédeme
el tener esposo, un buen trabajo, una manera solvente de vivir. Pero pasó el día sin que pudiera ver con mis ojos que hubiera recibido algo en especial.

En el año 2.001 conocí a David, el varón que con el tiempo pasó a ser mi esposo, el esposo que Dios tenía para mi, juntos vivimos felices y contentos y estamos pastoreando una iglesia en España.

Haciendo memoria de nuestro pasado, el mismo día que sólo tenía para almorzar dos tortillas de maíz y un tomate, ese mismo día, David, estaba comprando la casa en la que hoy vivimos.

Mientras por la escasez lloraba frente a dos tortillas de maíz y un tomate, no puede ver con mis ojos que ese día se daba un paso grande en favor de la respuesta que le pedía a Dios.

¡Cuántas cosas nos da Dios cada día!, aunque con nuestros ojos no las veamos ese día. Cuando oramos, la mano de Dios se mueve.

Dios trabaja por ti todos los días; en la medida que creces en tu proceso, Dios va forjando tu futuro y la solución que esperas avanza cada día.

"Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas". (Eclesiastés 11: 5)


Hoy le estás pidiendo a Dios algo que necesitas, y aunque hoy no veas con tus ojos la respuesta, sin embargo, Dios hace que hoy tu causa avance.

"Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará". (Habacuc 2: 3)

Mientras le pides a Dios, las cosas cambian en tu favor, y algún día lo vas a ver con tus ojos.

"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás". (Eclesiastés 11: 1)

tomado del sitio palenciaparacristo.es